1982 : Mondiacult (Mexico)

El ciclo de conferencias posterior a la reunión de Venecia desembocó en la Conferencia Mundial sobre Las Políticas Culturales (MONDIACULT), que se celebró en la ciudad de México en 1982. Del total de los 158 Estados Miembros que tenía la UNESCO en aquélla época, asistieron a la Conferencia 126 y el número de participantes ascendió a 960 en total. El éxito de la Convención de 1972 y la importancia atribuida a la protección de los bienes inmuebles, naturales y culturales, había relegado a un segundo plano la importancia de otras formas de patrimonio y producción cultural como instrumentos del desarrollo. Los objetivos de la conferencia eran pasar revista a los conocimientos y experiencias adquiridos en materia de políticas y usos culturales desde la Conferencia de Venecia de 1970, promover la investigación acerca de los problemas fundamentales de la cultura en el mundo contemporáneo, formular nuevas directrices para fomentar el desarrollo cultural en los proyectos generales de desarrollo y facilitar la cooperación cultural internacional.

La conferencia rechazó unánimemente toda jerarquía de las culturas, ya que nada puede justificar la discriminación entre culturas “superiores” e “inferiores”, y reafirmó el deber de cada uno de respetar todas las culturas. Se recalcó que la identidad cultural es la defensa de las tradiciones, la historia y los valores morales, espirituales y éticos heredados de las generaciones pasadas. Se señaló que los usos culturales presentes y futuros son tan valiosos como los del pasado y se hizo hincapié en que tanto los gobiernos como las comunidades debían participar en la elaboración de las políticas culturales.

Uno de los principales logros de la conferencia fue la nueva definición de cultura. Se afirmó que el patrimonio abarca todos los valores de la cultura tal y como se expresan en la vida cotidiana, y se señaló la importancia cada vez mayor de las actividades destinadas a sostener los modos de vida y las formas de expresión por los que se transmiten esos valores. La Conferencia observó que la atención suscitada por la preservación del “patrimonio inmaterial” se podía considerar una de las novedades más positivas del decenio anterior. Esta fue una de las primeras ocasiones en que se utilizó oficialmente la expresión “patrimonio inmaterial”.

Además de redefinir la noción de cultura (incluyendo en ella no sólo las artes y las letras, sino también los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano y los sistemas de valores, tradiciones y creencias), la conferencia aprobó la Declaración de México sobre las Políticas Culturales con una nueva definición del patrimonio cultural que englobaba las obras materiales e inmateriales a través de las cuales se expresa la creatividad de los pueblos: idiomas, ritos, creencias, sitios y monumentos históricos, obras literarias, obras de arte, archivos y bibliotecas. La Declaración de México afirmaba que cada cultura representa un conjunto de valores único e irremplazable, ya que las tradiciones y formas de expresión de cada pueblo constituyen su manera más eficaz de manifestar su presencia en el mundo. La identidad cultural y la diversidad cultural son indisociables, y el reconocimiento de múltiples identidades culturales allí donde coexisten diversas tradiciones constituye la esencia misma del pluralismo cultural.

La conferencia pidió a la UNESCO que no se limitara a su programa de preservación del patrimonio cultural constituido por monumentos y lugares históricos, sino que desarrollase también sus programas y actividades para salvaguardar y estudiar el patrimonio cultural inmaterial, en particular las tradiciones orales. Esas actividades debían llevarse a cabo a nivel bilateral, subregional, regional y multilateral y basarse en el reconocimiento de la universalidad, diversidad y dignidad absoluta de los pueblos y las culturas. Al tiempo que reconocía la importancia del patrimonio cultural de las minorías dentro de los Estados, la conferencia destacó que, en lo tocante a los valores y tradiciones culturales y espirituales, las culturas del Sur podían contribuir en alto grado a revitalizar las del resto del mundo.

La conferencia invitó a los Estados Miembros y las organizaciones internacionales presentes en el ámbito de la cultura a que hicieran extensivas sus políticas de protección del patrimonio al conjunto de las tradiciones culturales, sin limitarse exclusivamente al patrimonio artístico y abarcando la totalidad de las expresiones del patrimonio legado por el pasado, como las artes populares y el folclore, las tradiciones orales y los usos culturales. También proclamó que la preservación y el desarrollo de la cultura tradicional de un pueblo constituyen una parte esencial de todo programa encaminado a afirmar su identidad cultural, y que el folclore, en su calidad de componente fundamental del patrimonio de una nación, debe abarcar aspectos como las lenguas, la tradición oral, las creencias, las celebraciones, las costumbres alimentarias, la medicina, la tecnología, etc. Por consiguiente, recomendó a los Estados Miembros que, al igual de lo que hacían con los bienes históricos o artísticos, reconociesen los aspectos no reconocidos de las tradiciones culturales y prestasen asistencia técnica y financiera a las actividades destinadas a su preservación, promoción y difusión.

En 1984, dos años después de MONDIACULT, se celebró una reunión en Río de Janeiro (Brasil) para discutir de la preservación y el desarrollo de la artesanía en el mundo moderno. Ese mismo año, sobre la base de las Disposiciones tipo para leyes nacionales sobre protección de las expresiones del folclore contra la explotación ilícita y otras acciones lesivas, adoptadas en Túnez, la UNESCO y la OMPI elaboraron un proyecto de tratado que no entró nunca en vigor. La protección jurídica del folclore tendría que esperar otros cinco años más. Sin embargo, se adoptaron algunas medidas en relación con el patrimonio cultural inmaterial, como la preparación de un libro sobre las lenguas árticas y la puesta en marcha, en 1987, de un proyecto experimental en Malí que conjugaba la tradición y la innovación cultural en el desarrollo rural. El año antes el Consejo Económico y Social (ECOSOC) había recomendado que la Asamblea General de las Naciones Unidas se pronunciase sobre la proclamación de un decenio mundial del desarrollo cultural, en base a un proyecto de plan de acción presentado por el Director General de la UNESCO.

En 1989 se celebró en Hammamet (Túnez) una reunión internacional de expertos encargados de examinar la preparación de un plan decenal (1990-1999) para el desarrollo de la artesanía en el mundo. Ese mismo año, o sea siete años después de la celebración de MONDIACULT, la Conferencia General adoptó la Recomendación sobre la salvaguardia de la cultura tradicional y popular, que fue el primer instrumento jurídico de su especie orientado a la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial y que, por consiguiente, recogía los deseos expresados en MONDIACULT. Con objeto de promover la aplicación de esa recomendación en los años siguientes, la UNESCO organizó cursos de formación y prestó asistencia para preparar inventarios, redactar planes de salvaguardia, revitalización y difusión del patrimonio cultural inmaterial de grupos minoritarios e indígenas, y organizar varios festivales de culturas tradicionales. Se estableció una red de actividades relacionadas con el folclore, se editaron CD de la Colección UNESCO de Música Tradicional del Mundo y se publicaron el Atlas de las lenguas del mundo en peligro de desaparición, un manual sobre el acopio del patrimonio musical, otro manual metodológico sobre la protección de la cultura tradicional y el folclore contra la explotación comercial impropia, y un documento sobre ética y cultura tradicional. También se organizaron ocho seminarios regionales sobre la aplicación de la Recomendación de 1989, pero sin resultados perdurables.

No obstante, la Recomendación sirvió para sensibilizar a la necesidad de dedicar especial atención a los ámbitos relacionados con el patrimonio cultural inmaterial. En 1990 se adjudicó por primera vez el Premio UNESCO de Artesanía en una feria internacional celebrada en Uagadugú (Burkina Faso), y el Fondo Internacional para la Promoción de la Cultura puso en marcha un proyecto piloto destinado a salvaguardar los cantos de molienda de Hahrashtra (India) y demostrar que es posible hacer revivir expresiones presuntamente extintas de la tradición oral, e incluso imprimirles un nuevo impulso cultural. Después de su éxito a nivel local, el proyecto se aplicó en todo el Estado de Maharashtra. En 1992, en una reunión internacional celebrada en Yakarta (Indonesia) se presentó una nueva colección de vídeos de la UNESCO sobre las artes del espectáculo, con el título “Danzas, teatro y músicas tradicionales del mundo”. En noviembre de ese mismo año se celebró en Abidján (Côte d’Ivoire) un seminario regional sobre el tema “La dimensión cultural del desarrollo en África: adopción de decisiones, participación y empresas”, que fue organizado conjuntamente por la UNESCO, el Banco Mundial y el UNICEF en colaboración con el Ministerio de Cultura de la Côte d’Ivoire. En 1993 se puso en marcha un proyecto denominado Libro Rojo de la UNESCO de las Lenguas en Peligro de Desaparición, que fue seguido de la creación, en 1995, de una base de datos sobre este tema en la Universidad de Tokio. En 1993 se puso en marcha el sistema Tesoros Humanos Vivos, a raíz de una propuesta presentada por Corea en la 142ª reunión del Consejo Ejecutivo.

En 1991, la Conferencia General aprobó una resolución en la que se pedía al Director General que estableciera, junto con el Secretario General de las Naciones Unidas, una Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo de carácter independiente. Esta comisión debía encargarse de redactar un informe sobre la cultura y el desarrollo y de presentar una serie de propuestas relativas a la realización de actividades urgentes y a largo plazo para atender a necesidades culturales en el contexto del desarrollo socioeconómico. La Comisión Mundial se creó en diciembre de 1992 y se designó para presidirla a Javier Pérez de Cuéllar, ex Secretario General de las Naciones Unidas.

El informe de la comisión, titulado Nuestra diversidad creativa, ponía de relieve la riqueza del patrimonio material e inmaterial transmitido de generación en generación y reconocía que ese patrimonio se encarna en la memoria colectiva de comunidades de todo el mundo y refuerza su sentimiento de identidad en tiempos de incertidumbre. Ateniéndose al criterio tradicional de la UNESCO sobre la necesidad de salvaguardar la cultura y la diversidad cultural, el informe destacaba que los objetos físicos (monumentos y obras de arte y artesanía) eran los principales beneficiarios de las políticas de preservación del patrimonio cultural, pero observaba que el patrimonio cultural inmaterial, extremadamente frágil, no gozaba de la misma atención y recordaba que los vestigios inmateriales como los topónimos o las tradiciones locales también forman parte del patrimonio cultural.

La comisión recalcó la importancia de las políticas de preservación del patrimonio como parte del desarrollo económico. Considerando que todavía no se había prestado la necesaria atención al patrimonio cultural inmaterial, los expertos recordaron que el patrimonio en todos sus aspectos aún no se utilizaba con la amplitud y eficacia suficientes, ni se gestionaba con la debida sensibilidad. La comisión subrayó que la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural, instrumento jurídico aplicable únicamente al patrimonio material, reflejaba el interés por una clase de patrimonio muy apreciado en los países desarrollados, pero no era adecuada para los tipos de patrimonio que se suelen encontrar en regiones donde las energías culturales se han concentrado en otras formas de expresión como las obras de artesanía, la danza o las tradiciones orales. En consecuencia, los expertos reclamaron la adopción de otras formas de reconocimiento en consonancia con la variedad y la riqueza del patrimonio presente en todo el mundo.

Nuestra diversidad creativa examinaba también los problemas con que tropezaba la salvaguardia del patrimonio en el plano político, ético y financiero. Advertía que las maquinaciones políticas podían transformar la complejidad de los elementos culturales materiales en mensajes simplistas sobre la identidad cultural. Estos mensajes tienden a concentrarse exclusivamente en objetos de alto contenido simbólico en detrimento de las formas populares de expresión cultural, o de la verdad histórica. Desde un punto de vista ético, los estudios antropológicos se extienden hacia categorías menos especializadas porque los turistas interesados en las “artes étnicas” en general contribuyen a crear una demanda cada vez más artificial de dramatización y representación ritual de las tradiciones culturales, que a menudo se celebran fuera de su contexto en forma de exhibiciones de indumentarias, interpretaciones de músicas y danzas, y exposiciones de artesanía. En cuanto a las repercusiones financieras del reconocimiento de los derechos de propiedad intelectual sobre manifestaciones específicas del patrimonio cultural inmaterial, la comisión indicó que debían tenerse en cuenta cuatro aspectos, o riesgos, interrelacionados:

  1. La autentificación, en lo referente a la reglamentación de las copias de artesanías tradicionales.
  2. La expropiación, en lo referente al desplazamiento de objetos de arte y artesanía o documentos valiosos de sus lugares de origen.
  3. La compensación, habida cuenta de que los individuos o las comunidades que crean los objetos de arte folclórico no son compensados.
  4. La mercantilización, que puede surtir un efecto perturbador en la propia cultura popular.

El informe también ponía de relieve algunos problemas relacionados con el reconocimiento de los derechos de propiedad intelectual, e indicaba que la noción de “propiedad intelectual” podía no resultar adecuada en el caso de las tradiciones creativas vivas. A cambio, proponía que se formulase un nuevo concepto basado en ideas inherentes a las normas tradicionales. También se planteaba el problema de cómo saber qué patrimonio cultural podría salvarse y de cómo decidir qué es lo que debía salvarse, ya que muy pocos países contaban con inventarios de sus patrimonios culturales que les permitieran establecer un cierto orden de prioridad y selectividad.

Al año siguiente de la publicación de Nuestra diversidad creativa – después de la celebración de una serie de foros regionales sobre la protección del folclore, organizados conjuntamente por la UNESCO y la OMPI, y de una Conferencia intergubernamental sobre las Políticas Lingüísticas en África – el Director General de la UNESCO propuso que se emprendieran paralelamente dos actividades: la puesta en marcha del programa de Proclamación de obras maestras del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad, que representaba un paso importante en la labor de sensibilizar a la opinión mundial a la necesidad de salvaguardar esta forma de patrimonio; y la realización de un estudio sobre la posibilidad de elaborar un instrumento normativo para proteger la cultura tradicional y el folclore.

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